viernes, 6 de febrero de 2009

"Yo sé "hacerme el chancho rengo/cuando la ocasión lo esige." (en Martín Fierro)

El protocolo más básico en las relaciones interpersonales Hombre- Mujer exige esperar un tiempo prudencial antes de contar las desgracias u otros contratiempos que hayan podido acaecer en la vida de cada uno de los integrantes de la pareja antes de conocer al otro. Respetando esta simple regla, recién a los tres meses de salir con alguien podría contarle, por ejemplo, que mi primer perro murió aquejado por parásitos, pero como era yo muy niño mi madre optó por decirme que simplemente el can se había escapado de casa. Finalmente, el remedio fue peor que la enfermedad, porque hasta que no supe la verdad de la historia-hace pocos años-, odié al pobre animalito por traicionarme tan vilmente, asumiendo su abandono como una muestra concluyente de deslealtad. Y pensar que el pobre bicho no había cometido otra falta que morirse, pobrecito. En fin, lo cierto es que, al tener lo que podría llamarse un “defecto visible”, me es casi imposible respetar esta norma tan elemental en mis primeras citas con una mujer. En general, llegado cierto punto en mi primer charla íntima con una chica, aparecen ciertas señales que me dan la pauta de lo que ocurrirá a continuación.

Situación Tipo

Como es de esperar, no todas encaran la situación de la misma forma.

a) Algunas miran directo a los ojos, con unos ojos grandes, casi suplicantes, a veces incluso húmedos, como los de quien va a cometer una infidencia, y labios un tanto temblorosos.

Ella

“¿Te puedo hacer una pregunta?... -yo afirmo en silencio con una leve sonrisa, un poco enternecido con la visible incomodidad que la situación le provoca-…¿Qué te pasó en las piernas?...”

b) Otras, en cambio, esquivan la mirada haciendo diminutas bolitas con las servilletas de papel sobre la mesa del café. Durante el transcurso de mi respuesta estas diminutas bolitas se convertirán indefectiblemente en blancos gusanitos que compartirán la mesa con nosotros, jugando con los caprichos del viento entre los posillos y los sobrecitos de azúcar, indiferentes por completo a los nuevos derroteros que tomará nuestra conversación.

Ella

(Con la brusquedad del nerviosismo)

“Disculpa, ¿no?...Pero…no sé si te molesta que te pregunte… ¿Qué te pasó en las piernas?” –Recién entonces me mira, casi desde abajo, con una mirada de mejillas enrojecidas-

En un caso y en otro-y en la infinidad de las posibles variantes- mi respuesta será una, siempre la misma.

Respuesta


M. M.

(Un poco seco, expeditivo, asumiendo sin querer la postura del que llena un formulario burocrático por enésima vez. Siempre el mismo. Disculpen, es la repetición lo que mata…)


“Nací de 7 meses, y en la incubadora hubo una deficiencia de oxígeno (negligencia médica). Eso provocó una lesión cerebral que me afectó la motricidad del tren inferior. Como es de nacimiento y siempre hice mucho deporte aprendí a compensar todos los movimientos usando más el tren superior-Las chicas con más iniciativa suelen comentar algo sobre el visible desarrollo de mi tren superior con frases del tipo “Con razón tenés semejante espalda” o “Si, vi que tenés unos brazotes!”. Cuando estas frases son espontáneas y en un tono divertido sé que estoy en buena compañía. Llámenle intuición si quieren -. No es grave, he hecho todo lo que he querido: escalar en roca, viajar a dedo…, hago vida totalmente normal…” (No me pregunten por qué, pero en mi mente retorcida “hacer vida totalmente normal” es una afirmación que esconde otra frase: “No tengo ninguna disfunción sexual”. No creo que las chicas lean la aclaración de la misma forma, pero por las dudas la sigo pronunciando.)

Reacción Tipo


Si bien nunca he sufrido discriminación o rechazo después de la perorata antedicha-y agradezco a las fuerzas cósmicas que así sea-, es sabido que toda alteración en el orden natural de las cosas trae siempre aparejado resultados indeseables, a saber:

Animadas por esa cuestión tan peculiar y, si se quiere, “íntima” que acabo de contarles la mayoría de las chicas siente el deber, casi diría la obligación, de contarme alguna “desgracia” que hayan padecido durante su vida, aunque no tenga nada que ver con lo que yo acabo de decirles. Quizás para algunas no sea más que una forma de solidarizarse conmigo, como si dijeran “yo tampoco tuve una vida fácil”. Mi amigo Histeriquito dice que a las mujeres les gusta competir en todo, y por eso ponen sus penurias sobre la mesa -a veces Histeriquito se pone jodido con la gente, no deja títere con cabeza. Yo tampoco, será por eso que lo quiero tanto-. Pero, a decir verdad, yo no vivo mi circunstancia como una “discapacidad” y mucho menos como una “desgracia”, simplemente es algo que pasó, que me tocó vivir, así como a otros les toca tener asma o una suegra hinchapelotas que les caga la vida. Es más, puedo asegurarles que el tener que adaptarme a algo tan radical sacó a relucir lo mejor de mi persona, me templó el carácter. Y precisamente por eso es que no entiendo por qué tengo que comerme todo ese rosario de desgracias ajenas que nunca solicité. Si es un comentario breve y se vuelve a la conversación esperable par ana primera cita, esa charla casi mágica donde cada uno intenta despejar las incógnitas que el ser del otro le plantea y los dos juegan el juego maravilloso de la seducción mutua, vaya y pase. Pero la bola de nieve se convierte en avalancha cuando la señorita se empeña en demostrar que su vida es más miserable que la mía aunque no tenga un “problemita en las piernas” (Cuando las chicas dicen “problemita”, así, en diminutivo, y las viejas dicen “capacidades diferentes”, como si le pusieran frac y moñito a la expresión, me dan ganas de escupirles la cara. Soy rengo Señora, punto. Empecemos a llamar las cosas por su nombre. Lo mismo pasa cuando le dicen “moreno” a un hombre de raza negra. Si es negro, ¿¿por qué no decirle simplemente negro?? Es una cualidad innata de la persona, no tiene por que tener implicancias racistas. Decirle negro a un negro sólo puede parecerle racista a una persona que tiene incorporado el ejercicio del racismo en su estructura de pensamiento y opina que la negritud no es sólo una característica, sino que ésta implica en si misma algo negativo, peyorativo. Tengo una prueba. Miles de veces he escuchado a un amigo cubano decirle a otro, también cubano “¡Oye mulato,…!” ¿Quién se ofende? Nadie, el hombre es mulato, ¿Por qué habría de ofenderse? Fin del paréntesis). Como les decía, la cosa se complica cuando la señorita que me acompaña está decidida a demostrar que su vida es un valle de lágrimas. Y, aunque les cueste creerlo, para esto también hay tópicos que se repiten:

1) El Ex: Es el más común, delata a las mujeres poco interesantes o con una vida por demás aburrida. Desde este punto en adelante usarán cataratas de palabras, arroyos de serpientes, para contarme lo hijoputa que fue su ex y lo desgraciadas que fueron mientras duró la relación. Pero cuidado, sólo se debe afirmar con la cabeza, en silencio. Tomar partido y esbozar una opinión, aunque sea simplemente para apoyar las conclusiones de la dama, puede generar asperezas sumamente ríspidas, e incluso arruinar la velada. Dato curioso: muchas veces me ha ocurrido que al defender al “hijoputa” la chica me encuentra interesante, como si eso diera por sentado mis cualidades de “macho”. Incoherencia total. Una cosa es segura: nunca jamás de los jamases se debe tomar partido para criticar abiertamente al ex, parece que la intromisión implica una traición grave a las convenciones y se castiga con la pena máxima.

2) El drama familiar: “Me llevo mal con mi hermano mayor. Con la novia de mi papá no me hablo, estamos peleadas a muerte. Con mi mamá discutíamos mucho así que me fui de casa. Tengo un chanchito de la india, pero cuando lo quiero agarrar corre desenfrenadamente por jaula, esquivándome…” ¿No te relacionás bien con nadie en tu propia casa? ¿Nadie te soporta? ¿Tenés la necesidad de contármelo ahora? Mala señal, muy presumiblemente sos una histérica. Ustedes me dirán que hay familias y familias, y que tal vez la chica es un ser lleno de dulzura en una familia nefasta, como la Cenicienta. Yo, humildemente, recomiendo no alargar lo suficiente la relación como para averiguar semejante cosa.


3) La esclava infeliz: "Me siento esclavizada por la facultad/el trabajo. Aunque ahora soy profundamente infeliz, hago el esfuerzo para tener una vida mejor en el futuro". Es el tópico más tolerable, puesto que todos hemos pasado momentos de crisis laboral y/o académica al menos una vez en nuestras vidas.

4) El mejor amigo: Luego de interminables rodeos la chica confiesa- o más bien debería decir “se despacha diciendo”- que está muy confundida, que con su mejor amigo pasa algo, pero no puede decirme exactamente qué, pero que la confunde mucho y la pone muy triste, porque son amigos de la infancia y ella no quiere arruinar una amistad así, pero a la vez no puede ignorar la tensión sexual que se genera entre ellos. En este tópico es usual ver lágrimas. Yo, a esta altura, miro mi cortado en jarrito y pienso “¿Cómo se lo vas a tirar en la cara? ¡Está hirviendo!”

5) La desgracia (con un as bajo la manga!): Cada tanto ocurre que una señorita me cuenta que la época más triste de su vida estuvo marcada por la muerte de algún ser querido. Y de todos los tópicos éste es el que más odio, porque casi siempre puedo ver en esa confesión un dolor genuino, profundo, y no sé como remontar la situación. Se supone que en una primera cita la gente está bien predispuesta para el coqueteo, hubo un interés que hizo que ese encuentro se concretara, y la noche debe transcurrir en el éxtasis de develar incógnitas y maravillar al otro. ¿Cómo se hace eso con un muerto en el placard? Imposible. La situación llega al punto máximo de incomodidad si la chica se afana en contarme los cataclismos que la depresión post-mortem provocó en su vida cotidiana. Y a mí no hay cosa que me moleste más que la gente que no sólo publica sus desgracias en el momento más inoportuno, sino que además se regodea en el infortunio pasado colocándose en el lugar de la pobre víctima. Para esos casos tengo reservado un as bajo la manga: paso a contarles algo que nunca le cuento a nadie. Le cuento la mala relación que tuve con mi padre, prácticamente ausente durante mi adolescencia. Le digo además que el buen hombre sólo apareció en mi vida para decirme que tenía cáncer, y a los tres meses el muy pelotudo se murió, sin darme la oportunidad decirle lo que opinaba de su desenvolvimiento en las funciones paternales (“¿¿Querías tirar desgracias a mansalva y con munición gruesa?? ¡¡Ahí tenés!!” Si, ya sé, si me agarra un psicólogo se hace un picnic 5 estrellas, no?). Por lo general, después de semejante anécdota, la dama empieza a revolverse en su asiento y es hora de pedir la cuenta…

Conclusión

Como habrán notado, ninguno de los tópicos citados líneas arriba tiende a fomentar el clima romántico y/o de seducción deseable para un primer encuentro, más bien podríamos asegurar que tiende a aniquilarlo inexorablemente. Muchas veces ocurre que después de una situación como las descriptas, ciertas chicas se dan cuenta de que la hora a pasado, que es casi la madrugada y que han transcurrido la noche atosigándome con una conversación tediosa e indeseable. Entonces recurren a un quinto tópico, que no es más que la frutilla del postre:

6) El prócer. La argumentación de la dama se esboza más o menos así: “La verdad es que admiro las ganas que le ponés a todo, la enorme fuerza de voluntad que tenés para superar lo tuyo. Yo quiero empezar la pileta hace un montón y me cuelgo! Si me hubiera pasado lo que te pasó a vos estaría todo el día tirada en el sillón viendo la tele…” (¡Linda imagen, gracias por compartirla!). Aunque yo agradezco los elogios, sé que esconden un negro desenlace. Porque, al proferir estas palabras, la chica no ha hecho más que manifestar un hecho que ya ha madurado en su psique: me ha colocado en un pedestal y me ha barnizado con una gruesa capa de bronce, como a los próceres. A partir de ahora seré para ella, no un hombre, sino “un tipo divino”, “el mejor para tener como amigo”, presumiblemente “como amigo gay”, puesto que me contará con todo detalle las fiestas y revolcones más divertidos de su vida ¿Y de coger conmigo? “No me da, sos demasiado bueno…” Mejor ni hablar.

Por supuesto que no todas las veces es así, porque de ser así yo hubiera llegado virgen a mis 24 años, y no es el caso. Pero, como habrán notado en lo específico de mi clasificación, cuento con innumerables ejemplos de donde echar mano. Es la 2:03 AM y hace largo tiempo que escucho a Maceo Parker. Pienso ahora en una frase que Augusto Roa Bastos desliza en El Fiscal (“Porque entre un hombre y una mujer todo ha sido dicho desde siempre”) y sueño con el día en el que no tenga que compartir con una mujer este montón de palabras gastadas, sino simplemente mis silencios.

martes, 3 de febrero de 2009

¡Un mes de vacaciones en Bariloche!

En breve volveré a postear...

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Sí Sí Señores, de Corazón…!

“Terror, sexo, violencia, en sus crispaciones extremas. Éste es el alimento de nuestra civilización. Y no hay otro. Es también una necesidad religiosa. Violencia, sexo y terror son la Santísima Trinidad de nuestro tiempo.” (Augusto Roa Bastos, en El Fiscal.)

Cualquiera que vea los noticieros de hoy-y de mañana- coincidirá conmigo en que esta Santísima Trinidad se ha convertido en nuestro pan de cada día. Inmersos en semejantes circunstancias, los escépticos quizás desconfíen de los actos de bondad espontáneos que hasta ahora he contado. Tal vez incluso lleguen a pensar que son ficciones que construí para tener historias que contarles. Pero hay un dato que los escépticos desconocen: que “la renguera siempre inspira compasión y antipatía” (Augusto Roa Bastos, Ídem). Si, porque por una negligencia médica durante el día de mi nacimiento, he adquirido una característica particular: ser rengo. ¿Sorprendidos?

martes, 30 de diciembre de 2008

Subí que te llevo II

Haciendo memoria me acordé de aquella otra vez que me ofrecieron llevarme sin que yo lo solicitara. Fue, lo recuerdo bien, el 24 de diciembre del 2005. Yo caminaba por la calle Rawson –más específicamente, Rawson y Bernardo de Irigoyen – en dirección a la Av. Independencia. Llevaba mi mochila de viaje muy cargada, puesto que había salido a caminar a modo de entrenamiento para mi próximo viaje a dedo por Los 7 Lagos neuquinos. Recuerdo también que bajo el calor febril de esa tarde yo sentía, literalmente, que me estaba derritiendo. Y, un poco para dejar de sentirme un helado de vainilla, y otro poco para no pensar en el largo camino que me restaba hasta mi casa, trataba de mantener la mente en un blanco total y absoluto. Pero no es fácil ignorar la presencia de un colectivo de línea cuando se detiene con brusquedad a tu lado, justo a mitad de cuadra. Mi primera idea sobre la insólita situación fue que un desperfecto mecánico había obligado al chofer a detener el vehículo. De todas maneras, debo haber puesto cara de sorpresa, porque cuando las puertas del 571 se abrieron con su característico ruido a pistones y compresor de aire, el chofer sonrió y dijo la frase más inesperada: “Subí, te llevo”. Más por incredulidad que por desconfianza argumenté no tener la tarjeta magnética que se necesita para pagar el pasaje en esta ciudad. “No importa-dijo el buen hombre-, te llevo gratis”. Todavía sorprendido, me subí. A modo de agradecimiento, me quedé parado junto al chofer y le hice algunos comentarios circunstanciales-no recuerdo ahora qué le dije exactamente, pero supongo que, como siempre en estos casos, hablamos del clima y del tremendo calor-, después me senté. Cuando miré a mi alrededor, el resto de los pasajeros me miraban un tanto extrañados por lo particular de la situación reciente. Puede que alguno haya pensado incluso que yo era íntimo amigo del conductor. Lo cierto es que jamás lo había visto.

La nota de color de esta pequeña historia la dio una pasajera que intentó subir al colectivo sin abonar el boleto. Advirtiendo la maniobra, el conductor la llamó con un vozarrón de pocos amigos. Ella, parada en el fondo, se hacía la sorda con los auriculares puestos. Y ahí el hombre perdió la paciencia y le empezó a gritar. Dijo algo así como “¡Si no tenés plata para el boleto me lo decís, pero no te quieras colar porque se pudre todo!” Ella, nerviosa, balbuceaba con labios temblorosos y hacía como que buscaba su tarjeta magnética en el bolso. Ante la mirada inquisidora del resto de los pasajeros, a la chica no le quedó mas remedio que acercarse a dialogar con el chofer. Discutieron un rato largo en voz muy baja y finalmente ella se sentó sin pagar. Cuando la tensión comenzaba a disiparse en un silencio sepulcral, se escuchó la voz chillona de una de esas viejas de mierda que nunca faltan en los colectivos: “¡Claro, si es la mina de alguno de éstos-presumiblemente señalando al chofer-, puede viajar gratis, pero si la chica no tiene para el boleto mirá el papelón que le hace pasar! ¡Pobrecita!”. Yo, que sabía por experiencia propia que mi benefactor le daba escasa importancia al valor monetario del boleto y, en cambio, se había sentido ofendido por la actitud ventajera de la joven, odié a la vieja víbora con todas las ganas de las que soy capaz. El conductor, por su parte, se limitó a mirar a la adorable anciana por el espejo retrovisor. En su faz tensa y enrojecida pude leer unas ganas desesperadas, apenas contenidas, de sacar el garrote amansa-locos que todo colectivero que se precie de tal lleva bajo el asiento y ejercerlo repetidas veces como objeto contundente sobre el cuerpo de la inoportuna señora. El resto del pasaje se dividía casi en partes iguales entre los que estaban a favor del chofer y los que favorecían a la mujer: no todos habían visto el acto de bondad que el hombre había tenido para conmigo, muchos habían subido al 571 paradas después.
Cuando llegamos a la Av. Independencia, me acerqué a la puerta de adelante. Antes de bajar le desee al buen hombre una muy feliz navidad. Se lo desee muy sinceramente. Creo que su agradecimiento también fue sincero, aunque su tono de voz mostraba huellas de cansancio…

lunes, 29 de diciembre de 2008

Subí que te llevo

Ayer, cuando llegué a la parada, el colectivo ya había pasado, así que me resigné a esperar. El ambiente era caluroso y agradable, y de cuando en cuando un pájaro invisible le regalaba sus notas al aire. En ese momento, me sentí bien. Tan bien que recibí con alegría los gruesos gotones de lluvia que empezaron a caer. Cuando las gotas amenazaban con convertirse en una lluvia con todas las de la ley un Audi TT gris se detuvo justo frente a mí, bajando lentamente su ventanilla de vidrios polarizados con ese zumbido particular de movimiento robotizado. Lentamente fui viendo al conductor, un hombre joven y robusto. Al fin, habló:

Conductor

(Correcto y amable)

¿Vas para Mar del Plata? Subí, te llevo, sino te vas a empapar…

Análisis de la situación: hombre joven de clase alta en un auto de lujo con vidrios polarizados. Riesgos Potenciales: que me rompa el orto y me tire al costado de la ruta. Malas experiencias en mis sucesivos viajes a dedo -Los siete lagos neuquinos, 200 km hechos a dedo-, ninguna.

M. M.

(Con seriedad)

Dale, ¡Gracias!

El conductor resultó ser gerente de recursos humanos en una consultora. Mantuvimos una elevada conversación sobre los alcances de esta nueva crisis económica, que parece ser más una construcción de los medios de comunicación para hacernos caer en el círculo vicioso del no-consumo que una realidad insalvable. Por qué este hombre decidió levantarme sin que yo lo parara, es un misterio. Quizás sólo quería tener con quien hablar durante el viaje, cómo saberlo. Lo cierto es que es que, sin pretenderlo, tuve un agradable viaje en un Audi TT.

El culebrón

Todo estaba saliendo maravillosamente bien en la nueva casa con pileta. Me sentía un Dandy rodeado de mis muy bonitas amigas Desganada y Perfecta-que se ganó ese apodo por ser hermosa, simpática, inteligente y llamativamente pragmática. Tan perfecta es que conforma la pareja ideal con 10 puntos, otro de mis amigos-. Todo iba muy bien, como decía, hasta que apareció Asexuada, hermana mayor de Desganada. No porque ella en sí misma me moleste con su presencia, sino mas bien porque venía acompañada de Matías el gordo, presumiblemente su actual pareja. Y es sabido que cuando se tuvo una historia con alguien, esas cosas incomodan.

Al principio, todo normal. Charlamos de lo de siempre-facultad, la escalada en roca, el kung fu, el tai chi chuan, etc. Si, de eso hablamos casi siempre, son los gustos que tenemos en común. Yo les avisé que mi vida es subrealista-, ambos sentados en el borde de la pileta y remojándonos los pies, como correspondía a la situación. Hasta que, en medio de esa conversación tan circunstancial me empecé a acordar de todas esas cosas de ella que tanto me gustaban, y nuestra charla se llenó de brillitos. Justo a tiempo para cortar la magia de raíz apareció, como siempre, Luis el enfermo, padre de Desganada y de Asexuada, y llenó de besos a esta última. Pero, a decir verdad, me parecieron besos un tanto lascivos, así que clavé la mirada en el agua, concentrándome para reprimir el escalofrío de repulsión. No sé que clase de complejo perverso proyecta este hombre en su hija mayor, pero lo cierto es que no fui el único que lo notó:

Asexuada

(Visiblemente molesta)

¡Bueno, basta! ¿Qué querés demostrar, que soy solo tuya?

Luis el enfermo

(Repugnante, categórico, mientras la sigue besando)

Por supuesto que sos solo mía, sos mi hija, ¿no?


Yo, los ojos fijos en el agua. Por extraño que parezca, ya no me escandalizo como debería frente a ese tipo de escenas. Es la fuerza de la repetición, según creo.


El resto de la tarde fue, por cierto, martirizante, puesto que no hice más que corroborar como Asexuada repetía con Matías el gordo aquellos gestos y rituales que practicaba conmigo cuando estábamos juntos y pretendía manifestarme su interés. Nosotros dos no tuvimos propiamente una relación, quiero decir, no éramos exactamente novios, principalmente porque Asexuada se niega sistemáticamente a toda manifestación física de cariño: las caricias le dan cosquillas, cuando la besas se pone tensa y cuando en una conversación casual se menciona el falo masculino, no puede evitar la mueca de asco. Las malas lenguas afirman incluso que en su relación de cinco años con El loquito del Animé nunca hubo sexo. Pero, si obviáramos este pequeño gran detalle, Asexuada podría ser la mujer ideal para mí: es muy activa, habla mucho y tenemos en común intereses poco comunes. Tiene, además, repetía con cuerpo de atleta, magro, definido, con curvas-“Tiene “hombrito”, viste?” dijo sorprendido mi amigo Histeriquito-. Me encanta, y como yo estaba muy enamorado, decidí esperar a que superara ese estancamiento en lo referente a su sexualidad, incluso pretendía ser un agente activo en esa superación. Pero me gano de mano, dejándome con argumentos ininteligibles. Yo la había sumergido en una rutina asfixiante de vernos todos los días, lo admito. En mi defensa solo repetiré que estaba enamorado, argumento falaz e insuficiente. Visto a la distancia, es evidente que no hubiéramos prosperado; en lo que refiere al terreno del amor físico, soy diametralmente opuesto a Asexuada. Supongo que ella notaba eso-¿cómo no notarlo?- y, aunque nunca hablamos al respecto ni yo exigí nada, sintió la presión implícita y decido librarse. Ahora, viendo la relación que parece tener con Matías el gordo-o más bien debería decir, la relación que parece no tener, puesto que se ausentan con llamativa insistencias las demostraciones de cariño-, creo que no ha superado en nada su estancamiento en lo referente al terreno sexual. Yo, sinceramente, ya no sé si es frígida o lesbiana reprimida. Y viéndolo así, creo que debería sentir lástima y no celos por Matías el gordo, pobre víctima, como yo, de los encantos de la princesita Asexuada. Pero lo cierto es que verlos juntos hizo que fermentara en mí, lento y persistente, un tremendo mal humor, sustentado en razones poco claras. Tal es así que cuando Luis el enfermo y Desganada se fueron de compras y yo quedé solo en la casa con la flamante pareja, inventé cualquier excusa y partí.


Asexuada

(En un tono ambiguo, que demostraba reconocer mi incomodidad y a la vez pretendía ser afable)

Che, si llegás a la parada y el colectivo ya pasó, volvete, total, pasa una vez por hora y la parada está a dos cuadras…

M. M.

(Fingiendo indiferencia)

Si, si… ¡Nos vemos!

“-¡Ni loco vuelvo! Lo único que me falta, volver y encontrarte a vos con tu noviecito a los arrumacos y a medio desvestir…-“


Si Asexuada es, por lo menos, frígida, ¿Por qué pensé en eso? ¿Mis celos se fundamentan en algo tan patético como “¿Hará con él lo que no hacía conmigo?”, que no es más que una variación de la clásica “¿Qué tiene él que no tenga yo?”. ¿Puedo ser tan irracional, puedo caer tan bajo? Evidentemente, si puedo.

El Hombre que está solo y espera

Mi amiga Desganada me invita a pasar “cuando vos quieras” unos días en una casa con pileta en las Sierras, recién inaugurada por su padre –y antiguo suegro de un servidor-. Ni lerdo ni perezoso, al otro día a las 14:30 hs. ya estaba bien pertrechado y predispuesto en la parada de nuestro nunca bien ponderado transporte público, en este caso particular el colectivo número 717, que pasa una vez por hora, en punto, y se demora una hora más en llegar a destino-“¿Qué me importa? Llevo Mujeres que corren con los lobos en la mochila para amenizar el viaje con una linda lectura”-. El pasaje que nos habilita a disfrutar de tan exclusivo servicio cuesta apenas $2,45.


Estando en la reflexiva tarea de aguardar el transporte, una voz femenina me despabila del calor soporífero de la hora de la siesta.

Ella

(Sentada en el banco de la parada. Algo tímida)

“Disculpá, ¿estás esperando el colectivo que va a Colinas Verdes?”.


M. M. (ese vendría a ser yo, escondido tras una inicial doble)

(Simpático. Parado en el borde de la vereda.)

“No, estoy esperando el que va a Sierras de los Padres, ¿por, qué querías saber?”


Lo más disimuladamente posible trato de aprender algo de ella. Es alta y delgada, usa una remera negra lisa y un short diminuto que deja ver sus muy bonitas piernas que, sin embargo, no están nada bronceadas –“¿Está iniciando sus vacaciones?”-.Usa también zapatillas de correr al mejor estilo Nike: no son las ya clásicas y estandarizadas Converse, buena señal. Es muy expresiva, aunque sus facciones no me atraen especialmente. Sin embargo, con ese cuerpito no pasa desapercibida, eso sin duda.¿Que habrá pensado ella de mi atuendo, si es que se fijó?: remera blanca de dryfit y pantalón azul de tela sintética con muchos bolsillos. Botas de trekking urbano (si, ya se que eso no existe, pero eran mas baratas que las de media montaña che...)

Ella

(Cambiando el tono, casi divertida)

“¿Sabés cómo llegar a Colinas Verdes?, porque mi hermano salió para allá en la moto, pero me parece que se perdió.”


Su celular recibe el segundo mensaje desde que iniciamos la charla, corroborando la desesperación del hermano-“¿Se va de camping con el hermano? Presumiblemente sin novio.”-


M. M.

(Adoptando un tono informativo, casi profesional)

“Es en la ruta 226, km. 24 y medio”.-En un tono más cómplice y solícito- Vas a ver un cartel sobre la ruta que dice La Serranita, ahí termina el recorrido. Cuando te bajes vas a ver otro cartel grande que dice Colinas Verdes. Ahí tenés que caminar por la calle lateral de tierra que está bajo el cartel hasta la entrada del camping. La entrada de Colinas no está sobre la ruta.”


Sin decir nada Ella abre su celular con tapita, llama al hermano y repite textualmente mis palabras. –“El colectivo a Colinas sale de la Terminal las horas pares y cuarenta minutos, tengo hasta las 15: 40 para charlar, el mío va a pasar antes.”-. Ella cierra el celular. Pequeño silencio que no llega a ser incómodo.

M. M.

(Con una curiosidad que pretende ser espontánea y no lo logra)

“¿Tus amigos te esperan allá?-Miro su equipaje: mochila estándar, termo en una funda de cuero y una bolsa de supermercado con una vianda-“Te salvaste de llevar la carpa…”

Ella

(Muy simpática)

No, allá están mi hermano y la novia nada más. Vamos a pasar el día. Pasa que estoy de vacaciones…Bah, algo así, porque renuncié a un trabajo y en unos días empiezo con otro, así que son como vacaciones…


Me gusta como habla. “¿Tu hermano y la novia?¿Campamento de tres? Vos estas soltera como yo…”

M. M.

(Sonriendo)

“Ah, o sea que te las gestionaste vos las vacaciones…” (Keyboard: Gestionaste)

Ella

(Sonriendo también)

“Si si… ¿Y vos vas seguido a Sierra de los Padres? Yo antes trabajaba allá…”

¡Por fin me tirás un salvavidas, ya no sabía de qué hablarte!


Pero mientras nos explayamos afablemente en asuntos laborales y demás cuestiones llega un colectivo, el suyo. –“¡Claro ganso, si el colectivo sale de la Terminal a las horas pares y cuarenta minutos, el último salió a las 14: 40 y no a las 15:40, imbécil! Es lógico que a las 14:50 llegue a la Av. Luro...”-Paro el colectivo con el gesto típico de la mano-“¡No puedo dejar que se vaya así!¿¿Cómo hago ahora para dejarle mi número de celular??”-Dudo superlativamente..

Ella

(Sorprendida)

“Uy, es el mío…Bueno, ¡Nos vemos!”

Ya se está subiendo…

M. M.

(Un poco aturdido)

“Bueno, ¡Que la pases muy bien! ¡Nos vemos!”

Ella

(Deshaciéndose en una sonrisa amable y dulce)

“¡Muchas Gracias!¡Hasta Luego!”


La historia de mi vida: dejar pasar las posibles oportunidades que la vida me regala. Es inútil, las mejores respuestas se me ocurren cuando ya me cerraron la puerta en la nariz. ¡Que ineptitud! En fin, hay que aprender de los errores, por eso aprovecho para preguntarle a la platea femenina: ¿Ustedes creen que Ella estaba coqueteando conmigo o simplemente yo me estoy convirtiendo en un erotómano? Otra pregunta: ¿Cuál hubiera sido una buena forma de obtener algún dato para seguir en contacto?


Desde ya, Muchas Gracias. La Administración